Romano
Romano fue el último en llegar. La cita había sido programada por él una semana antes. Nos había dicho que debíamos ser puntuales, de lo contrario no podríamos ingresar a la sala. (Hoy comprendo, y por eso escribo esta página, que esa noche fue un evento único en la historia, un suceso revelador para explicar la mayoría de los fenómenos que desde hace meses nos tienen tan desorientados.)
Romano fue el último en llegar, dije, pero el más puntual.
Romano llevaba meses explicándonos que esa misma noche (según sus cálculos no podría suceder otra cosa) tendría lugar (¿o debería decir “tiempo”?) la inflexión de la historia. Seríamos testigos de “la madre de los deja vu” (son sus palabras, no las mías). La expresión de Romano nos daba a entender que presenciaríamos una gran repetición, la más grande de la historia. Una vez le pregunté si se trataba de que la historia comenzaría otra vez desde cero, incapaz de afrontar el hecho de que realmente no llegaba, ninguno de nosotros, a comprender su teoría. Romano comenzaba sus lecciones con un despliegue desaforado de fórmulas y funciones matemáticas; luego, con la intención de aclararnos qué consecuencias implicaban esas comprobaciones, nos llevaba de paseo por montañas de discusiones filosóficas y científicas; y ahí, ante un mutismo unánime, pero lejos de darse por vencido, Romano llegaba al momento, casi ritual, en el que se echaba para atrás en la silla, cruzaba la pierna izquierda sobre la derecha y llevaba una mano hasta el mentón, subrayándose la boca con el dedo índice: Nada más ni nada menos que la madre de los deja vu, sentenciaba, y ese era el punto final a nuestros impotentes cuestionamientos. De ahí que pensáramos que -suponiendo que nos creyéramos, sin entender, la teoría de Romano- seríamos testigos del inicio de los tiempos.
Referí que Romano fue el último en llegar, pero el más puntual.
-Falta poco –dijo, mientras aseguraba la puerta-, hay que estar atentos.
Entonces vimos aparecer a un hombre que apenas se materializó comenzó a hablar. Dijo que en su primer viaje observó el Big Bang y el Big Crunch, que descubrió que el tiempo es circular y que todos estamos condenados a repetir los actos al infinito. Entonces, no es la primera vez que nos cuentas esto, dijo uno de nosotros. El hombre sonrió con sarcasmo y de pronto su figura se desvaneció. Enseguida vimos aparecer a una mujer que apenas se materializó comenzó a hablar. Contó que en su primer viaje observó el Big Bang y el Big Crunch, que descubrió que el tiempo es circular y que todos estamos condenados a repetir los actos al infinito. Entonces, no es la primera vez que nos cuentas esto, dijo uno de nosotros. La mujer sonrió y de pronto su figura se desvaneció. En su lugar vimos aparecer a un hombre -diferente al primero- que apenas se materializó comenzó a hablar, traía consigo un sobre. Dijo que en uno de sus tantos viajes conoció a un hombre viejo y enfermo que le encomendó una simple tarea: contactar a Romano y entregarle el sobre. El hombre desapareció. No tuvimos tiempo de decir nada. Romano abrió el sobre y sacó una hoja. Leyó: Romano fue el último en llegar. La cita había sido programada por él una semana antes...
Romano fue el último en llegar, dije, pero el más puntual.
Romano llevaba meses explicándonos que esa misma noche (según sus cálculos no podría suceder otra cosa) tendría lugar (¿o debería decir “tiempo”?) la inflexión de la historia. Seríamos testigos de “la madre de los deja vu” (son sus palabras, no las mías). La expresión de Romano nos daba a entender que presenciaríamos una gran repetición, la más grande de la historia. Una vez le pregunté si se trataba de que la historia comenzaría otra vez desde cero, incapaz de afrontar el hecho de que realmente no llegaba, ninguno de nosotros, a comprender su teoría. Romano comenzaba sus lecciones con un despliegue desaforado de fórmulas y funciones matemáticas; luego, con la intención de aclararnos qué consecuencias implicaban esas comprobaciones, nos llevaba de paseo por montañas de discusiones filosóficas y científicas; y ahí, ante un mutismo unánime, pero lejos de darse por vencido, Romano llegaba al momento, casi ritual, en el que se echaba para atrás en la silla, cruzaba la pierna izquierda sobre la derecha y llevaba una mano hasta el mentón, subrayándose la boca con el dedo índice: Nada más ni nada menos que la madre de los deja vu, sentenciaba, y ese era el punto final a nuestros impotentes cuestionamientos. De ahí que pensáramos que -suponiendo que nos creyéramos, sin entender, la teoría de Romano- seríamos testigos del inicio de los tiempos.
Referí que Romano fue el último en llegar, pero el más puntual.
-Falta poco –dijo, mientras aseguraba la puerta-, hay que estar atentos.
Entonces vimos aparecer a un hombre que apenas se materializó comenzó a hablar. Dijo que en su primer viaje observó el Big Bang y el Big Crunch, que descubrió que el tiempo es circular y que todos estamos condenados a repetir los actos al infinito. Entonces, no es la primera vez que nos cuentas esto, dijo uno de nosotros. El hombre sonrió con sarcasmo y de pronto su figura se desvaneció. Enseguida vimos aparecer a una mujer que apenas se materializó comenzó a hablar. Contó que en su primer viaje observó el Big Bang y el Big Crunch, que descubrió que el tiempo es circular y que todos estamos condenados a repetir los actos al infinito. Entonces, no es la primera vez que nos cuentas esto, dijo uno de nosotros. La mujer sonrió y de pronto su figura se desvaneció. En su lugar vimos aparecer a un hombre -diferente al primero- que apenas se materializó comenzó a hablar, traía consigo un sobre. Dijo que en uno de sus tantos viajes conoció a un hombre viejo y enfermo que le encomendó una simple tarea: contactar a Romano y entregarle el sobre. El hombre desapareció. No tuvimos tiempo de decir nada. Romano abrió el sobre y sacó una hoja. Leyó: Romano fue el último en llegar. La cita había sido programada por él una semana antes...
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