Las perversiones de Francine
Queda tiempo. Conversamos un poco. Me cuenta que tiene planes para su vida, que esto es temporario, que estudia para ser actriz y que con lo que labura le alcanza para mantenerse y para pagar la academia; finjo que le creo y le sigo la corriente: ¿A qué academia vas? Me responde al instante, como si hubiese esperado la pregunta: A la de Valeria Lynch, estudio para comedia musical. O sea que Francine canta, pienso y se lo digo. Sí, responde, es lo que más me gusta y lo que mejor me sale. Le pido que me cante algo, pero se niega. No me gusta mezclar el placer con el trabajo, declara.
Quito el tapón a la bañera y dejo escurrir el agua sucia. Giro el comando de la ducha y abro el agua. La flor chilla y suelta una lluvia tibia que me reconforta, arrastra consigo una sensación de luto. Me vuelvo a enjabonar y soy aplicado en la zona genital, llevo la mano más abajo, hurgueteo un poco y presiono con el índice hacia adentro. Más que placer, es intriga lo que siento. Pienso: Francine es un centauro.
La verdad es que yo no había pensado en metérsela por atrás, pero la veo levantarse y caminar hacia el baño, y su espalda y su cintura y sus nalgas, su desnudez de estatua me hacen acordar a la Livia de la película de Tinto Brass, la de las perversiones; la escena en la que el oficial nazi la sodomiza junto a la ventana y dedica cada una de sus estocadas: “Por el culo a ti, Livia”, le dice al oído, “por el culo a tu marido, y a mi mujer, Livia puttana”, y Livia gime y el oficial la embiste cada vez más fuerte y le grita: “¡Por el culo a Italia, porca puttana, por el culo a Francia y por el culo a Hitler!”. Vuelve Francine del baño y yo sentado en el suelo contra la cama -porque recién lo hicimos en la alfombra-, las piernas abiertas y una erección enorme e inclinada hacia la derecha. Parece que tu amigo está listo para otra participación, dice Francine y se sienta a mi lado. A mi amigo le gusta mucho Francine, le digo un poco sobreactuado. Ella se ríe y comienza a masturbarme con la mano izquierda -no sé de dónde lo sacó pero-, en la derecha tiene un forro; se me quiere sentar encima para volver a cabalgarme, pero retraigo las piernas, me arrodillo y la tomo de la cintura -voy a hacerla girar y a tirarla contra la cama-: Dejame por atrás, le digo con la boca pegada a su oído. No, rezonga, no soy completa, bebé. Le recuerdo el anuncio de la página, donde constan sus servicios: “Vaginal y anal”, además ella me lo había repetido al teléfono; me explica que la que habló conmigo es su secretaria, que atiende el teléfono de varias chicas y que puede haberse confundido, a veces pasa. Pero habló por vos, me quejo, nunca dijo que fuera tu fiolo. Es una secretaria, no un fiolo, aclara, no tengo fiolo y por las páginas no te guíes nunca, porque no las armamos nosotras, son agencias de publicidad. Después de semejante charla, la idea de metérsela por el culo se me olvida, lo mismo que la erección; pero todo es parte de la estrategia de Francine que sabe cómo manejar a un cliente; ahora se da vuelta y quedamos frente a frente, abre su piernas y me atrae hacia ella con los talones clavados en mi cintura; hace un gesto adolescente, como las pendejas en las fotos que suben a Facebook, pone los labios en trompa, la cabeza levemente inclinada. Pestañea. Puedo hacer un sacrificio, rezonga, sería como un premio porque te portaste bien y porque me gustás mucho, bebé, pero me tenés que incentivar; cierra la propuesta con un beso. Y de cuánto estamos hablando, voy al grano. No, bebé, no me hagas pensar en plata que se me van las ganas, esto no tiene precio, vale lo que vos digas. Me besa otra vez. Tengo cien, digo. Sonríe: Dejá que tu amigo se entere de lo que vale Francine.
Francine, la encantadora de serpientes. Pruebo con el anular, voy bien adentro. Es difícil contener la eyaculación.
Tranquilo, me había dicho Francine, entrame despacio. Se había arrodillado sobre el borde de la cama, ofreciéndome sus ancas. Había girado por sobre hombro y me había mirado un poco desencajada. Empujo, lento pero constante. Francine se queja; siento que Francine se ablanda un poco y voy más adentro, apenas medio centímetro; me quedo ahí, ahora retrocedo, y otra vez empujo; Francine emite gemidos de dolor y de placer -no sabría distinguirlos-; sus inspiraciones son cada vez profundas y sus expiraciones, más guturales; cuando siento que es el culo de Francine el que empuja hacia mi cadera, detengo todo movimiento; la sujeto fuerte de la cintura con ambas manos. Francine ya no gime. Mirame, le digo. Gira la cabeza y compruebo que está a punto de llorar; intenta una sonrisa pero es tan sólo un esbozo. Francine, le digo, tenía muchas ganas de metértela por el culo, ¿sabés? Por el culo, Francine. Dale, dice ella, metémela toda. Te la estoy metiendo, Francine, ¿no la sentís? No, dice. Entonces la empujo con todo el peso de mi cadera; voy lo más adentro que puedo. Por el culo a Francine, le digo. Por el culo a tu secretaria, Francine, y a los publicistas. Vos estás loco, dice y se ríe, esta vez de verdad. Por el culo a ¡Valeria Lynch!, Francine. Ahora suelta una carcajada, y yo sigo, cada vez más fuerte, más rápido, más excitado; con cada embestida de mis caderas contra sus nalgas, una nueva dedicatoria: ¡Por el culo a dios, porca puttana! ¡Por el culo a los milicos! Ella no para sus carcajadas y ya no puedo contener eyacularme así que salgo de Francine y me vierto sobre su espalda, mientras con voz temblorosa grito: ¡Por-el-culo-a-Perón!
Ahora utilizo el gel de ducha, es aromático y me relaja; me enjuago y me seco el cuerpo con una toalla limpia, con olor a suavizante. Salgo desnudo al pasillo. La puerta de la pieza de Catalina está cerrada, no me gusta que se encierre, no tiene edad para tanta privacidad; abro y la espío; duerme. Entro a mi habitación y Julia entreabre los ojos, bosteza, dice algo así como “¿No tenés frío?”, gira hasta quedar boca abajo y se tapa hasta el cuello. Entre las hendijas de la persiana se desliza la primera luz del día. Es lunes. En casa todo el mundo duerme mientras me preparo para salir. Abro el ropero y comienzo a vestirme.
Quito el tapón a la bañera y dejo escurrir el agua sucia. Giro el comando de la ducha y abro el agua. La flor chilla y suelta una lluvia tibia que me reconforta, arrastra consigo una sensación de luto. Me vuelvo a enjabonar y soy aplicado en la zona genital, llevo la mano más abajo, hurgueteo un poco y presiono con el índice hacia adentro. Más que placer, es intriga lo que siento. Pienso: Francine es un centauro.
La verdad es que yo no había pensado en metérsela por atrás, pero la veo levantarse y caminar hacia el baño, y su espalda y su cintura y sus nalgas, su desnudez de estatua me hacen acordar a la Livia de la película de Tinto Brass, la de las perversiones; la escena en la que el oficial nazi la sodomiza junto a la ventana y dedica cada una de sus estocadas: “Por el culo a ti, Livia”, le dice al oído, “por el culo a tu marido, y a mi mujer, Livia puttana”, y Livia gime y el oficial la embiste cada vez más fuerte y le grita: “¡Por el culo a Italia, porca puttana, por el culo a Francia y por el culo a Hitler!”. Vuelve Francine del baño y yo sentado en el suelo contra la cama -porque recién lo hicimos en la alfombra-, las piernas abiertas y una erección enorme e inclinada hacia la derecha. Parece que tu amigo está listo para otra participación, dice Francine y se sienta a mi lado. A mi amigo le gusta mucho Francine, le digo un poco sobreactuado. Ella se ríe y comienza a masturbarme con la mano izquierda -no sé de dónde lo sacó pero-, en la derecha tiene un forro; se me quiere sentar encima para volver a cabalgarme, pero retraigo las piernas, me arrodillo y la tomo de la cintura -voy a hacerla girar y a tirarla contra la cama-: Dejame por atrás, le digo con la boca pegada a su oído. No, rezonga, no soy completa, bebé. Le recuerdo el anuncio de la página, donde constan sus servicios: “Vaginal y anal”, además ella me lo había repetido al teléfono; me explica que la que habló conmigo es su secretaria, que atiende el teléfono de varias chicas y que puede haberse confundido, a veces pasa. Pero habló por vos, me quejo, nunca dijo que fuera tu fiolo. Es una secretaria, no un fiolo, aclara, no tengo fiolo y por las páginas no te guíes nunca, porque no las armamos nosotras, son agencias de publicidad. Después de semejante charla, la idea de metérsela por el culo se me olvida, lo mismo que la erección; pero todo es parte de la estrategia de Francine que sabe cómo manejar a un cliente; ahora se da vuelta y quedamos frente a frente, abre su piernas y me atrae hacia ella con los talones clavados en mi cintura; hace un gesto adolescente, como las pendejas en las fotos que suben a Facebook, pone los labios en trompa, la cabeza levemente inclinada. Pestañea. Puedo hacer un sacrificio, rezonga, sería como un premio porque te portaste bien y porque me gustás mucho, bebé, pero me tenés que incentivar; cierra la propuesta con un beso. Y de cuánto estamos hablando, voy al grano. No, bebé, no me hagas pensar en plata que se me van las ganas, esto no tiene precio, vale lo que vos digas. Me besa otra vez. Tengo cien, digo. Sonríe: Dejá que tu amigo se entere de lo que vale Francine.
Francine, la encantadora de serpientes. Pruebo con el anular, voy bien adentro. Es difícil contener la eyaculación.
Tranquilo, me había dicho Francine, entrame despacio. Se había arrodillado sobre el borde de la cama, ofreciéndome sus ancas. Había girado por sobre hombro y me había mirado un poco desencajada. Empujo, lento pero constante. Francine se queja; siento que Francine se ablanda un poco y voy más adentro, apenas medio centímetro; me quedo ahí, ahora retrocedo, y otra vez empujo; Francine emite gemidos de dolor y de placer -no sabría distinguirlos-; sus inspiraciones son cada vez profundas y sus expiraciones, más guturales; cuando siento que es el culo de Francine el que empuja hacia mi cadera, detengo todo movimiento; la sujeto fuerte de la cintura con ambas manos. Francine ya no gime. Mirame, le digo. Gira la cabeza y compruebo que está a punto de llorar; intenta una sonrisa pero es tan sólo un esbozo. Francine, le digo, tenía muchas ganas de metértela por el culo, ¿sabés? Por el culo, Francine. Dale, dice ella, metémela toda. Te la estoy metiendo, Francine, ¿no la sentís? No, dice. Entonces la empujo con todo el peso de mi cadera; voy lo más adentro que puedo. Por el culo a Francine, le digo. Por el culo a tu secretaria, Francine, y a los publicistas. Vos estás loco, dice y se ríe, esta vez de verdad. Por el culo a ¡Valeria Lynch!, Francine. Ahora suelta una carcajada, y yo sigo, cada vez más fuerte, más rápido, más excitado; con cada embestida de mis caderas contra sus nalgas, una nueva dedicatoria: ¡Por el culo a dios, porca puttana! ¡Por el culo a los milicos! Ella no para sus carcajadas y ya no puedo contener eyacularme así que salgo de Francine y me vierto sobre su espalda, mientras con voz temblorosa grito: ¡Por-el-culo-a-Perón!
Ahora utilizo el gel de ducha, es aromático y me relaja; me enjuago y me seco el cuerpo con una toalla limpia, con olor a suavizante. Salgo desnudo al pasillo. La puerta de la pieza de Catalina está cerrada, no me gusta que se encierre, no tiene edad para tanta privacidad; abro y la espío; duerme. Entro a mi habitación y Julia entreabre los ojos, bosteza, dice algo así como “¿No tenés frío?”, gira hasta quedar boca abajo y se tapa hasta el cuello. Entre las hendijas de la persiana se desliza la primera luz del día. Es lunes. En casa todo el mundo duerme mientras me preparo para salir. Abro el ropero y comienzo a vestirme.
Comentarios