Banquito

El juego consistía en ver si la botellita de Coca Cola que te tocaba tenía calado en su base un círculo o un rectángulo. Tan simple como infantil, el círculo significaba pelota y el rectángulo, cartera; si te tocaba cartera eras un marica y venían las cargadas y las risas.
Walter era el que las revisaba, una por una, y dictaminaba. Banquito, que había logrado esquivar la mirada de Walter por un buen rato, mintió cuando al final éste le dijo:
-A ver vos, ¿pelota o cartera?
-Pelota -dijo Banquito.
-A ver... mostrá -lo desafió Walter-, no seas marica, mostrá qué te tocó.
-Ya te dije -se defendió Banquito.
Justo en ese momento tocaban la campana y los preceptores, que un segundo antes charlaban alegremente junto a la cantina, trocaban sus gestos y se disponían a arrear a los escolares hacia las aulas.
Banquito sintió un gran alivio porque se sabía a salvo. Walter, que caminaba detrás de él, alcanzó a ver el rectángulo en la base de la botellita de Banquito.
-Marica -le susurró al oído y luego en voz alta-: Eh!, ¡a Banquito le tocó cartera!
Banquito sintió una furia incontrolable. Era un calor que nacía abruptamente a la altura del ano y en menos de un segundo le corría desde el coxis hasta las cervicales, le incendiaba las sienes y le dotaba las mandíbulas de una fuerza demencial. Solía morder algo, un cinto, el respaldo de la cama, el palo de escoba, cualquier cosa que tuviera mano, pocas resistían los 100 kilos de presión que descargaba su mordida. Su madre resumía todo el proceso en con la frase: “Se puso nervioso”. Cuando Banquito se ponía nervioso, también se le nublaba la vista.
El preceptor del tercero B los apuró. Banquito estaba quieto y Walter le pasó por al lado a las carcajadas. Banquito sólo vio su espalda, grande (Walter le sacaba una cabeza), y avanzó hacia él con los brazos en alto y la boca abierta.

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